La limpieza de Managua

Por Maximiliano Maito

En 1976 los hermanos Virgilio e Ignacio Ortega Santizo crearon la “Brigada Muralista Felicia Santizo” en Panamá a imagen y semejanza de la “Brigada Ramona Parra”, un grupo orgánico del Partido Comunista Chileno dedicado al arte público. El nombre Felicia Santizo es un homenaje a su abuela, educadora, fundadora de la Unión Nacional de Mujeres de su país y militante de los derechos de afrodescendientes, y funcionó como estandarte en un contexto donde el arte vivía entrelazado con la política.

En 1979 la brigada fue convocada a Nicaragua por el flamante gobierno sandinista para pintar una serie de murales evocativos a la revolución que recientemente había desplazado del poder al régimen de la familia Somoza -en el gobierno desde desde 1937. Durante algunos años y junto con otros artistas, en alianza con el gobierno nacional y con la Policía Nacional Sandinista, se pintaron más de 300 murales a lo largo y ancho de Nicaragua de los cuales 126 fueron en su capital, Managua. La ciudad se convirtió no sólo en el epicentro de la revolución sino también de un tipo de arte cuya práctica implica la postulación del espacio público como dispositivo para la construcción de relatos e identidades.

Años después, en 1990 el Frente Sandinista de Liberación Nacional perdió las elecciones ante la Unión Nacional Opositora, frente electoral apoyado por Estados Unidos que reunía a todos los opositores al gobierno revolucionario y estaba encabezado por Violeta Barrios Torres de Chamorro. En línea con la orientación general del nuevo gobierno, la política cultural se declaró apolítica y no ideologizada y se adoptó el lema “Cultura de la Paz” en un guiño al multiculturalismo que impulsaban las Naciones Unidas y otras agencias multilaterales.

Fue en ese contexto que Arnoldo Alemán, alcalde de la ciudad de Managua y futuro presidente de la nación, comenzó la “limpieza de Managua”. Consistió en borramiento de toda la simbología de la revolución sandinista: cuadrillas de trabajadores municipales pintaron de blanco los murales que se habían hecho durante el gobierno anterior. En la historia del arte, desde la reforma protestante hasta hoy, las paredes blancas remiten a la idea de un significante vacío: el blanco no refiere a un significado en particular sino al hecho de construir un sentido diferente. Cuando algo queda debajo del blanco no forma parte de esa posibilidad de diferencia, eso que queda tapado es simplemente una exclusión.

Se acuñó el término “muralicidio” para referise a la destrucción de las cientos de obras que habían hecho artistas como Alejandro Canales, Leonel Cerrato, Manuel García, Julie Aguirre, Hilda Vogl, Miranda Bergman, Marilyn Lindstron, César Caracas y los hermanos Ortega Santizo entre otros. En esos años hubo varias denuncias y se generó cierto nivel de debate en los medios de comunicación locales pero el plan iconoclasta gubernamental continuó y se extendió. A la erradicación de los murales se sumó la construcción de monumentos cristianos y catedrales e incluso una quema de libros por parte del Ministerio de Educación.

Es curioso cómo la historia se repite con ligeras asimetrías. A fines del año 2006 Daniel Ortega fue electo presidente de Nicaragua para asumir en 2007 su segundo gobierno encabezando el Frente Sandinista -había gobernado de 1985 a 1990. Durante su mandato se volvió a poner el ojo en el muralismo y algunas de las obras realizadas en la década de 1980 fueron restauradas. Y otra vez hubo polémica ya que en muchos casos la intervención excedió los parámetros de la restauración y conservación para dar lugar a una suerte de ready-made de datación múltiple y autoría incierta. No habrá sido esta la útlima vez que algún conservador reclame inconscientemente el lugar de artista.

“La cultura sandinista, extraña y alienante había violentado todos los esquemas de la sociedad. Las pintas rojinegras, los mensajes de muerte, las amenazas a la población, la propaganda del comunismo internacional y los vulgares insultos a la moral y la dignidad ciudadanas, fueron demasiado para el valiente pueblo nicaragüense. Los managuas llegaron a vivir en una ciudad sucia y lo primero que debía hacerse era limpiarla. Había basura tirada por todos lados, y el entorno urbano de la capital parecía ser el de una ciudad de ficción, o el de una ciudad que estuviera saliendo del apocalipsis nuclear.

Como el pincel del pintor, la brocha de la Municipalidad empapada de azul y blanco comenzó a realizar el cambio. Volvió la alegría a los rostros de los managuas. Se quitó el trapo del atraso y el oscurantismo. Dos años y siete meses después, el ritmo acelerado del cambio ha llegado hasta el último rincón de Managua.”

Palabras de Clemente Guido, director de cultura de la ciudad de Managua. Tomadas de “Memoria Municipal de Managua 1990, 1991, 1992”, Alcaldía de Managua, Cultura y Turismo.